Covenant #3: Deity, de Jennifer Armentrout. CAPÍTULO 31 en español.
</div> CAPÍTULO 31
Traducido por Leidy
No sonaban sus pasos cuando caminaba, y no me pareció para nada gracioso cuando Solos intentó sacar a Deacon de la tienda y descubrió que las puertas de la tienda no se abrían. Por el otro lado, Aiden y Marcus desesperadamente trataban de abrir las puertas, yendo tan lejos como para tratar de tirarle un banco al vidrio reforzado, pero fue en vano.
Las cosas fueron de mal a estábamos-jodidos en cuestión de segundos. Hades no estaba solo, no nos habíamos olvidado del olor y gruñido animal de antes. Detrás de Hades, el aire brilló antes de que aparecieran dos perros grandes de tres cabezas.
Uno era negro y el otro era marrón, pero ambos eran horribles. El pelo enmarañado les cubría todo, a excepción de sus largos hocicos. Cada cabeza tenía una boca que podría tragar entero a un bebe y sus garras parecían crueles y afiladas. Seis pares de ojos brillaban color rojo rubí. Al final de cada cola de rata… había algo así como un látigo militar, áspero y lleno de picos.
Flanquearon a Hades, gruñendo y haciendo chasquidos en el aire.
Estábamos tan jodidos.
“Conoce a Muerte”, Hades señaló al perro negro, “y a Desesperación. Cerberos[1] es un orgulloso padre de sus dos hijos.”
“Lindos nombres,” dije con voz ronca, y luego mostré los dos bordes afilados de la daga en forma de hoz.
“¿Quieres jugar, cariño?,” Hades ladeó la cabeza hacia un lado.
“En realidad no.” No estaba segura en cuál de ellos mantener un ojo.
“No es nada personal,” dijo Hades. “Pero no podemos permitir que el Primero se convierta en lo que se ha temido. Él ya hizo su elección, y ahora debemos hacer la nuestra.”
Tratar de matarme era definitivamente algo muy personal. Vi la barbilla de Hades subir unas pulgadas y salté a un lado cuando Desesperación me atacó. Lanzándome por el pasillo de los dulces, deseé que Solos pudiera proteger a Deacon. Cogí un estante y lo tiré al suelo. Desesperación pasó sobre numerosas barras de dulce, sus garras rasgando envolturas y chocolate. Tome hacia la derecha rápidamente y eché un vistazo por encima de mi hombro.
Desesperación perdió el equilibrio y se deslizó hacia el refrigerador vertical, estrellándose a través del vidrio. Botellas de refresco volaron por el aire, causando efervescencia en el impacto. Aprovechando la situación, me di la vuelta y con una daga corté la cabeza más cercana.
La hoja pasó limpiamente a través de los músculos y el tejido, y un grito más tarde, Desesperación se convirtió en un perro de dos cabezas… hasta que del muñón comenzó a crecerle otra maldita cabeza. Completamente restaurado, Desesperación me enseñó los colmillos y pateó el suelo.
Retrocedí. “Perrito. Buen perro.”
Desesperación se agachó, y cada una de sus bocas dio un chasquido en el aire.
“¡Perro malo!”
Salí corriendo, golpeándolo con cajas de cerveza y cualquier cosa que pudiera coger. A través de los estantes pude ver a Deacon de espaldas contra las puertas delanteras y Aiden y Marcus tenían expresiones horrorizadas al otro lado. Solos se enfrentaba con Muerte. Cortó las cabezas izquierda y derecha.
Y Hades, bueno, sólo estaba de pie en toda su gloria de dios malo.
“¡Apunta al corazón!,” Solos gritó en medio del caos. “¡El corazón en el pecho, Alex!”
“¡Como si no supiera dónde está el maldito corazón!” Simplemente no quería estar tan cerca de esa cosa. Cogí velocidad cuando vi el área del comedor. Tuve una idea que no era buena, pero era mejor que correr dando vueltas alrededor de la tienda con un pitbull mutante persiguiéndome.
Salté sobre la fila de sillas y aterricé en la mesa. Girando, agarré la silla de metal y la sostuve, con las piernas arriba. Desesperación saltó, limpiando el desorden de sillas y aterrizó encima de mí. Él chilló y golpeó cuando las patas de metal se incrustaron profundamente en su vientre bajo. El impacto rompió la mesa y los dos caímos, sus garras pasaron muy cerca de mi cara. Todas las tres cabezas estuvieron a unas pulgadas de quebrar mi nariz, y ese aliento pútrido y cálido casi me hace vomitar.
Liberé mis caderas, me di la vuelta y me puse de pie. Desesperación se dejó caer de espalda, agitando las patas en el aire. Contuve las ganas de vomitar, y me lancé sobre el asiento de la silla. Mi peso envió el metal abajo, perforando la placa protectora de hueso. Un segundo después, el perro no era nada: solo había un montón de polvo azul brillante. Levante mi cabeza, y me di la vuelta.
“Uno menos…”
Hades dejó escapar un rugido de furia que sacudió los estantes e hizo que artículos de todo tipo y tamaño cayeran al suelo.
Y luego desapareció.
“Bueno, eso fue fácil.” Dije mirando como Solos esquivaba una de las cabezas de la Muerte. “¿Viste eso? Hades es una gallina tot… oh mierda.”
Estantes volaron por los aires, las sillas y las mesas se deslizaron por el suelo, arrojadas a un lado por una fuerza invisible. El suelo tembló bajo mis pies mientras retrocedía. Ahí fue cuando me acordé de que Hades podía hacerse invisible. El terror me inundó como una ola oscura y aceitosa de calor.
“No es justo”, le dije, y luego mandé la daga a través de lo que pensaba que era un espacio vacío.
Una mano invisible me cogió del brazo y lo torció. Llorando de dolor y sorpresa, dejé caer la daga. Hades reapareció.
“Lo siento, cariño, todo se vale en la guerra.”
Una luz cegadora llenó la tienda, seguida de un sonido de explosión. Entonces algo silbó junto a mi mejilla. Vi un vislumbre de luz plateada antes de que Hades me soltara el brazo y asiera una flecha que iba en su dirección.
“Artemis[2], eso no fue muy amable.” Hades rompió la flecha en dos y la arrojó a un lado. “Podrías sacarme un ojo con una de esas cosas.”
La risa femenina suave que le siguió sonaba como campanas de viento. A unos metros a nuestras espaldas, con las piernas extendidas y un arco de plata en una mano, Artemis se puso de pie. En lugar de los blancos vestidos de gasa por los que muchas diosas eran conocidas, ella llevaba botas de combate y pantalones de camuflaje de un fuerte color rosa. Una camiseta blanca completaba su conjunto de chica ruda.
Se tocó la espalda, tomando otra flecha de su caraj. “Retrocede, Hades.”
Los labios de Hades se tensaron.
Ella puso la flecha en su arco. “No atraparás la siguiente, Hades. Y no te la llevarás.”
Me alejé lentamente de la pelea de dioses, sin tener idea de por qué Artemis vendría en mi ayuda. Por el rabillo de mi ojo, vi a Muerte derrumbarse finalmente. Recogí mi daga.
Hades dio un paso adelante, el azulejo se quemaba y humeaba bajo sus botas.
“¿Por qué intervienes, Artemis? ¿Sabes lo que va a pasar? Todos nosotros estamos en riesgo.”
“Ella es del linaje de mi gemelo y nos pertenece.” Artemis haló la flecha hacia atrás, lanzando su pelo rubio que le llegaba hasta la cintura sobre su hombro. “Lo que significa que ella es mi carne y hueso. Así que voy a decirlo una vez más por si acaso Perséfone ha confundido ese cerebro tuyo: retírate.”
Mi boca se abrió. ¿Del linaje de apolo? Oh no… Oh, diablos no…
“¡No me importa si ella es la heredera del maldito trono, Artemis! ¡Debemos evitar que el Primero gane el poder completo!”
Los dedos de Artemis se crisparon. “No la lastimarán, Hades. Eso es todo.”
Una mirada de incredulidad se apoderó de su oscuramente atractivo rostro.
“No le haría daño… no realmente. Podría llevarla al Inframundo. Ni siquiera le dolería. Artemis, no podemos permitir que esta amenaza continúe. Se razonable.”
“Y yo no puedo permitir que le hagas daño. No está en discusión.”
“¿Correrías el riesgo de más destrucción? ¿Viste lo que Poseidón hizo hoy? ¿O estabas demasiado ocupada cazando y jugando con tus consortes?”
Artemis sonrió. “Realmente no creo que quieras enojarme en estos momentos, Hades. No cuando tengo una flecha que señala entre tus ojos.”
Él negó con la cabeza. “¿Sabes lo que Zeus hará si el Primero se convierte en el Matadioses? Pones en riesgo nuestra descendencia y la de los mortales ¿y todo para qué? ¿Por aguados lazos familiares?”
“Vamos a arriesgarlo todo por todo,” ella respondió en voz baja. “¿Sabes qué es lo curioso de las profecías, tío?”
“¿Que siempre están cambiando?” Hades se burló. “¿O que no son nada más que un montón de basura?”
En cualquier otro momento lo hubiera aplaudido, pero al ver que Hades quería matarme, no iba a celebrar nuestra opinión compartida y menos cuando se trataba del Oráculo.
Artemis inclinó hacia atrás su brazo. “Que así sea.”
Furia salía de Hades como olas. Tragando con miedo, di un paso atrás. Me esperaba una guerra sin cuartel de golpes entre los dos.
“Nunca debí haber permitido que su alma fuera liberada”, escupió Hades. “Apolo me prometió que nunca llegaría a esto.”
“Todavía hay esperanza,” dijo Artemis.
Esas palabras despertaron algo en mí. Todavía hay esperanza. ¿La había? Había visto la mirada en los ojos de Seth, hasta donde había ido cuando extrajo el Akasha de mí y atacó al Concejo. Poseidón había eliminado el Covenant y habría hecho mucho más. Más personas inocentes morirían. Personas que amaba morirían, todo para protegerme.
Miré de nuevo a las puertas. El pálido rostro de Aiden estaba al lado de Marcus. Me habían creado, como un peón, para dar completo poder a Seth. No había nada que se pudiera hacer al respecto. Ninguno de nosotros podría pasarse la vida ocultándose. No funcionaría. Despertaría en poco más de un día. Seth me encontraría. Y todo acabaría.
Me sentí adormecida cuando me volví hacia los dos dioses y bajé la daga.
“Esperen.” Mi voz salió apenas en un susurro, pero todo el mundo se quedó helado.
“¡No!” Gritó Deacon, tratando de librarse de Solos. “¡Sé lo que va a hacer! ¡Alex, no!”
Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras miraba su expresión horrorizada. “No puedo… no puedo dejar que lo que pasó allí suceda otra vez.”
Deacon luchó contra Solos, sus ojos era de un feroz plata, al igual que su hermano, tan parecido a él.
“No me importa. Matará a…” Tragó saliva, moviendo la cabeza. “No puedes hacer esto, Alex.”
Mataría a Aiden.
Hades aplaudió. “¿Ves? Incluso ella entiende.”
Mi corazón se rompió.
Los ojos de Artemis se abrieron. “Alexandria, por favor, entiendo que tu parte mortal exige que te conviertas en una mártir, pero realmente necesitas callarte.”
“La gente va a seguir muriendo. Y Seth me encontrará.” Apreté el botón del mango, y las cuchillas salieron. “Lo vi. Él está…” No pude terminar. Decir que Seth estaba perdido era demasiado definitivo y, en cierto modo, me rompía el corazón.
Los ojos de Hades se volvieron hacia mí. Brillaban con electricidad. Por un momento, extrañé a Apolo. Al menos él atenuaba esos ojos cuando me miraba, haciendo que parecieran normales. Hades no haría tal cosa. “Estás haciendo lo correcto”, susurró suavemente. “Y te prometo que no vas a sentir nada.” Extendió su mano hacia mí. “Va a ser fácil, cariño.”
La grieta en mi pecho se propagó, y parpadeé para contener las lágrimas. No era justo, pero estaba en lo cierto. Heriría a Aiden y a Marcus y a mis amigos, pero también los protegería. Esperaba que lo entendieran. Sobre los latidos de mi sangre, oí a Solos gritarme. Poco a poco, levanté la mano.
“Eso es todo,” susurró Hades. “Toma mi mano.”
Nuestros dedos estaban a sólo unos centímetros de distancia. Podía sentir su extraña mezcla de calor y frío que me calaba hasta los huesos. Obligué a mi mente a estar vacía. No podía permitirme pensar que lo que hacía porque me acobardaría.
“Hades”, Artemis lo llamó.
Se volvió ligeramente. “Quédate…”
Artemis lanzó la flecha y dió donde ella quería: entre los ojos de Hades. Luego él simplemente desapareció… Como la abuela Piperi había desaparecido en el jardín el día que me había dado su última profecía. El abrumador olor de paredes húmedas y cavernas desapareció, y la flecha cayó en el linóleo.
Apreté mi mano sobre mi boca para detener mi grito. “¿Está… lo mataste?”
“No.” Artemis se rió. “Acabo de ponerlo fuera de combate por un tiempo.” Bajó el arco y movió su muñeca. Las puertas se abrieron. Marcus y Aiden se precipitaron, deteniéndose cuando vieron a Artemis. Ninguno de los puros parecía saber qué hacer.
Artemis puso la flecha en su caraj otra vez y le dio a Aiden una sonrisa un poco sexy.
“Se vuelven cada vez más deliciosos,” ronroneó.
Demasiado aturdida para ponerme celosa, me quedé mirándola.
“¿Por qué? Tenía razón. Soy demasiado riesgosa. Lo entiendo.”
Artemis centró en mí sus ojos blancos.
“Mi hermano no se ha arriesgado a la ira de Zeus para protegerte sólo para que tu desperdicies tu vida.”
Traté de ignorar el ciclón de furia que se construía detrás de mí. No quería enfrentarme a Aiden.
“No lo entiendo. Nadie puede ocultarme para siempre. Seth me va a encontrar, y entonces, ¿qué? Se convertirá en el matadioses y otro dios va a enloquecer y acabar con una ciudad entera.”
Artemis se deslizó hacia mí, sus movimientos elegantes y completamente en desacuerdo con su atuendo de princesa en combate. “O tú le darás algo de su propia medicina al Primero y a todos los que creen que pueden derrocar a los dioses.”
“¿Qué quieres decir?,” Marcus habló, rubor de color rojo brillante lo cubrió cuando Artemis se volvió a él. Se inclinó profundamente y luego se enderezó. “¿Cómo puede Alexandria pagarles con la misma moneda? Si Seth siquiera pone un dedo sobre ella una vez que Despierte, se convertirá en el matadioses.”
“No necesariamente”, respondió ella sin inflexiones en la voz.
Parpadeé rápidamente. “¿Te importaría explicarlo?”
Artemis sonrió. Increíblemente, se volvió más hermosa… y espeluznante. “Es cierto que mi hermano… tiene afecto hacia ti, pero eres un activo valioso para nosotros. Algunos quieren verte muerta, es cierto. Hades volverá… eventualmente, al igual que el resto de las furias. Pero vas a Despertar pronto y serás más fuerte, más fuerte de lo que te imaginas.”
Todas mis respuestas listillas normales probablemente me ganarían una flecha en la cabeza, así que no tenía idea de qué decir.
Se detuvo frente a mí. Cuando extendió la mano y estrechó mi barbilla con sus suaves dedos y fríos, quise alejarme. Ella inclinó mi cabeza hacia atrás. “Tienes una especie de pasión imprudente. Te guía. Algunos lo ven como una debilidad.”
“¿No lo es?,” le susurré, incapaz de mirar hacia otro lado.
“No.” Ella me estudió como si pudiera ver mi interior, a través de mí. “Tienes los ojos de un guerrero.” Su mano cayó y dio un paso atrás. “Las profecías siempre cambian, Alexandria. Nada en nuestro mundo está escrito en piedra. Y el poder no fluye sólo en una dirección. La clave es encontrar una manera de revertirla.”
Luego sólo desapareció.
Me toqué la barbilla. Mi piel se estremeció. Poco a poco, me volví hacia Aiden. “Debiste haber visto los perros.”
Aiden agarró mis dos brazos, sus ojos eran como plata líquida. Me di cuenta de que quería sacudirme. Había visto a través del vidrio lo que había tratado de hacer y Artemis prácticamente me había tirado debajo del autobús. Mientras me miraba, era como si hubiera olvidado a todos los demás en la tienda, que mi tío estaba allí, su hermano, y Solos. Estaba así de enojado.
“No pienses en hacer algo tan estúpido nunca más.”
Aparté la vista. “Lo siento.”
“Entiendo que pensabas que estabas haciendo lo correcto,” dijo con los dientes apretados. “Pero no era así, Alex. Sacrificarte no era lo que tenías que hacer. ¿Me entiendes?”
Marcus colocó una mano sobre su hombro. “Aiden, este no es el lugar. Tenemos que irnos.”
Me quedé sin aliento mientras mis ojos se movían entre los dos. “No sé cómo vamos a ganar esto.”
“Nadie gana si te suicidas.” Marcus dijo en voz baja. “Hay que irnos.”
Tomando una respiración profunda, Aiden dejó caer sus manos. Su mirada advirtió que habría una charla más tarde, probablemente en el momento en que entráramos en el coche. Solos esperaba junto a la puerta. Estrechó su mirada en Aiden mientras tomaba un sorbo de su bebida energética.
“¿Estás bien?,” le preguntó Aiden a Deacon.
Él asintió con la cabeza lentamente. “Sí, estoy bien. Nada como presenciar un partido de muerte entre los dioses cuando estoy tratando de conseguir Cheetos.”
Mis labios temblaron. Pobre Deacon. Aferraba la bolsa contra su pecho, además.
Los suaves ronquidos del cajero eran el único sonido. Recordando el propósito de venir a este lugar, me apresuré hasta el mostrador.
“¿Qué estás haciendo?” Preguntó Aiden.
Deje un poco de dinero en el mostrador y cogí mi bolsa. “Tengo hambre.”
Aiden me miró un momento y luego una lenta sonrisa apareció en su rostro. Tal vez no me había portado tan mal. A la salida, cogió un paquete de Hostess CupCakes[3] del piso y buscó mi mirada. “Yo también,” dijo.
“Por lo menos yo pagué por mis cosas.”